"Kein Problem" (No hay problema, como se dice por aquí) 

"Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa." - Winston Churchil, Político británico (1874/1965)

- Mira en esta página, quizás aquí lo encuentres.

- No, acabo de mirar, y ahí tampoco.

- Y ¿en el periódico? ¿Alguna cosa interesante?

- Nada de nada. He llamado a todos y estan desde hace días reservadas.

- Pues, ¿por qué no preguntas a algún... ?

- Déjalo. Es una tonteria. Es imposible. Mañana tengo una última visita, y si no me sale bien empezaré a plantearme de nuevo qué hacer.

Despues de visitar un total de treinta viviendas, entre pisos compartidos y apartamentos de una habitación, comprendí que en Alemania iba a ser mucho más complicado conseguir un sitio donde vivir, que un trabajo con el que pagarlo. Cada año miles de estudiantes alemanes se movilizan a las ciudades universitarias masificadas de población y convertidas en un pequeño Ring de boxeo, donde la lucha por un pequeño cuarto de 10 metros cuadrados es demoledora y sin árbitros que decidan donde están los límites del juego. Si a esto le sumamos la cantidad de inmigrantes que se acercan a Alemania cada año en busca de un puesto de trabajo, la batalla se convierte en una lucha sin cuartel.

Aquel día de principios de Abril, la lluvia reflejaba en el suelo cada edificio del pequeño Friburgo. Las calles quedaban oscurecidas por las gruesas nubes grises y blancas, y el agua salpicaba hasta el último rincón de mi bicicleta. Me dirigía al instituto como cada mañana, donde estaba terminando el curso de nivel intermedio de alemán, cuando sin darme cuenta, estaba en medio de un charco gigante de agua y dejaba a mi alrededor una ola enorme que salía de las ruedas de mi Mountain Bike.

La semana siguiente tenía que presentarme al examen de nivel que determinaría la situación real de lo que habíamos aprendido durante los cuatro pasados meses, y a pesar de ello, poco me importaba. Esa mañana mi cabeza daba vueltas a la idea de que, por la tarde, tenía la última de mis visitas para conseguir un lugar donde poder quedarme y continuar con esta aventura. Exáctamente a las 16.30 horas, en la calle "Merzhauserstrasse", número 10.

Veía llover por la ventana del instituto desde el calor de mi clase. Pensaba que desde una posición tan cómoda, la lluvia empezaba a gustarme, por sus colores propios de grises y claros, y por el olor a húmedo propio del suelo empapado. A pesar de todo, por estas fechas no pasabamos mucho más frío del que me hubiese imaginado. A primeros de mayo, Alemania presentaba un aspecto gris, pero la temperatura no bajaba de los 15 grados.

Martin era un compañero francés que conocí los dos últimos meses de mi estancia en el instituto. Era más joven que yo, en concreto tres años más joven, pero la diferencia de edad no fue para nosotros una barrera y desde el principio supimos entendernos a la perfección. A su llegada al instituto, sabía mucho más alemán que yo, pero en este momento yo había alcanzado su nivel y estabamos a pocos días de presentarnos al exámen juntos. Si algo teníamos en común, es que ni Martin ni yo nos poníamos nerviosos ante un exámen, y en ese momento lo demostrabamos delante de nuestra clase, que pasaba el día pegada al libro y con su cabeza puesta solamente en el día en el que nos enfrentabamos a la realidad de lo que sabíamos.

- ¿Ésta tarde tienes algún plan? - Preguntaba Martin, siempre con ganas de salir a hacer algo con la gente de clase. He pensado que después de comer podríamos salir a dar una vuelta y tomar algo, para olvidarnos un poco de los libros, y del estrés.

- Tengo otra de mis visitas a un piso a las 16.30 h. Cuando haya terminado te llamaré y nos vemos por el centro.

- Cierto, otra visita... ¿Cuántas van ya Javi? ¿Quince, veinte? ¿No estás ya cansado de tanta visita?

- Ya van 30 Martin. Y sí, estoy cansado, muy cansado. Esta tarde tiene que funcionar.

A la salida del instituto me despedí de mis compañeros y me fuí a mi cuarto en la residencia de estudiantes para pensar y planificar cada detalle que quería comentar en la entrevista con los inquilinos del piso. Siempre había hecho lo mismo, puesto que no me gustaba llegar al sitio y no tener preparado algo para preguntar y así llevarme todos los detalles bien claros de vuelta a la residencia.

La lluvia había amainado un poco, pero el día permanecía gris y estaba oscureciendo a las 16.30, hora en la que me encontraba en frente del edificio número 10 de aquella calle "Merzhauser". Sabía que el timbre tenía los apellidos de las personas que viven en el mismo, pero que no indica ni el piso ni la letra. En Alemania los apartamentos no se diferencian por su letra, si no por el nombre de las personas que viven en ellos. En aquel momento me encontraba buscando el timbre que llevase el apellido de "Klenze", que era la persona de contacto con la que había hablado por teléfono para acordar nuestra cita. Justo cuando lo había encontrado, salía del edificio otro chico alemán que se paró para preguntarme si estaba buscando el timbre para la visita de la habitación. Él acababa de salir del piso, y eso me hizo recordar que mis posibilidades seguían siendo muy pocas, a la hora de ganar esta batalla.

Decidí no pensar, y subir directamente las escaleras dirección al tercer piso, donde me esperaban las tres personas con las que supuestamente tendría que entrar a vivir. El primero de ellos me dió la mano y se presentó con el nombre de Marius. Era alto, delgado y con el pelo rubio. No parecía el típico alemán que cualquier persona puede imaginarse dentro del estereotipo que nos hemos creado todos del alemán grande, rubio y fuerte. Más bien tenía un aspecto delgado, y sin ninguna fuerza dentro de sus pequeños músculos, pero desde el principio se mostró muy amable conmigo. El segundo se presentaba por su nombre, y de sus primeras palabras no pude entender casi nada. Se trata de Hannes, y la velocidad a la que habla hacía que al principio fuese practicamente imposible la comunicación entre nosotros. Igual de alto que Marius, tampoco tenía esa imagen de alemán estereotipada y más bien parecía salido de alguna cueva en una montaña de la Selva Negra, con unos pantalones rotos y una camiseta a medias. Por último, se presentaba la tercera de las personas que me esperaban en aquel recibidor. Su nombre es Antonia, y desde que me dedica el primer saludo, no para de sonreírme y reírse a carcajadas con cada palabra que pronuncio. Sus ojos me impresionaron desde el primer momento. Azules y brillantes como si el mismo cielo hubiese bajado a colorearlos, desprendiendo una fuerza que atravesaba cada una de las paredes de la casa. Su pelo era largo y castaño, y la cara redonda. No pude evitar imaginarmela dentro de un "Dirndl" (traje típico de Alemania, que suelen pornerse las mujeres en la fiesta del Oktoberfest) y aproveché la sonrisa para dedicarsela y devolverle una de tantas que me estaba transmitiendo. 

Poco a poco me fueron enseñando las habitaciónes de aquel antiguo piso, y a su vez explicandome cada detalle de las características de la vivienda. Recuerdo que no me importaba mucho por aquel entonces cómo fuese el piso, si no el medio en el que podía hacerme con el. Verdaderamente había alcanzado un punto en el que me daba igual donde quedarme. Lo necesario era precisamente eso, quedarme. De un modo u otro, era indiferente si me importaban o no mucho las características de la casa, ya que de cada cuatro palabras que me decían, por aquel entonces yo solo entendía una, y me limitaba a asentir a todo con la cabeza a pesar de que no me hubiese enterado de nada de lo que me estuviese contando.

La casa estaba muy deteriorada. Las paredes llenas de pósters no dejaban en muchos casos ver su color original, y las puertas de madera con laca y pinturas a medio caer. El suelo era de parqué y emitía ruidos y chasquidos en algunas zonas y las ventanas eran tan antiguas que los marcos de madera habían perdido toda su forma y color originales. Pero donde realmente estaba el problema era en la cocina. A la cocina se entraba por una puerta que la comunicaba con un salón, en el cual el sofá era un colchón en el suelo y alrededor de la tele se colocaban tres sillas de madera. Las paredes de la cocina estaban llenas de aceite y casi se podía sentir como resbalaba el suelo debido a un charco de agua que salía de la nevera y el congelador. En la pila se amontonaba una pila de cacharros sucios esperando a que un alma caritativa se encargara de lavarlos, y el horno y microondas estaban tan antiguos que parecía increíble que todavía funcionaran. Por último y para mi sorpresa, una pequeña ventana al lado de la pila servía de entrada para la terraza. Para poder subir y bajar, y acceder a dicha terraza, había colocado un ladrillo justo debajo de la cornisa, mediante el cual y con mucho cuidado, podíamos alcanzar la altura suficiente para atravesar la ventana y llegar a la terraza. 

En aquel momento por mi cabeza solo rondaba la duda de cómo iba a ser capaz de hacerme con la habitación, y no me importó mucho el estado de la casa. 

Todavía recuerdo la sensación de impotencia de no poder expresar lo que verdaderamente quieres decir, y que cada palabra que pronuncies suene graciosa. Finalmente nos sentamos alrededor de una mesa y acordamos entre los cuatro unas normas de convivencia con las que, si entraba a formar parte de la "familia", tenía que estar de acuerdo en cumplir. Marius se dedicó a explicarme todo lentamente, para que yo pudiese comprender totalmente lo que estaba diciendo. Hannes no tuvo ocasión de decir ni una palabra, y Antonia se limitaba a cruzar miradas conmigo mientras me sonreía de oreja a oreja y reía sin parar cada vez que intentaba exponer alguna cosa.

A todas las normas de convivencia no supe contestar de otra manera que con la expresión tan alemana de: "Kein Problem". En aquella tarde repetí esa frase tantas veces, que ya ni me acuerdo y no sería capaz de contarlas en el momento. 

Cuando llegamos al final de la conversación me alegré mucho de poder salir por fin de aquella casa y reflexionar a solas acerca de todo lo que había pasado aquella tarde. Por alguna extraño motivo, tenía la sensación de que esta vez sí iba a funcionar. Me fui contento de allí a pesar de que lo que había visto no era el lugar perfecto, ni la casa perfecta, pero podía funcionar. Y eso me hacía sonreír.

Cuando me llamaron al cabo de una semana para decirme que me habían aceptado, me dijeron que la razón principal para haberse decidido por mí era esa actitud tan positiva en la que para mí nada era un problema (Kein Problem), y que para todo tenía siempre una sonrisa. Lo que ellos no sabían, es que ese "Kein Problem" era solo la cara de la desesperación y el sí a todo con tal de conseguir un sitio donde quedarme. Y esa sonrisa forazada, era la máscara de la angustia por ver que tu objetivo se escapa, de la manera más ridícula de todas. 

A pesar de ello, la frase se convirtió para mí en un lema, y lo he llevado conmigo desde entonces.