"Stress aus Zeit" - (Estrés a tiempo)

"El camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro"  - Benjamín Franklin  (1706-1790) Estadista y científico estadounidense.

                                                             

 

Abril tocaba a su fin con unas temperaturas tan agradables que a veces se me olvidaba que me encontraba en la baja Selva Negra. El sol se ponía una hora más tarde después del cambio horario, y a mí me gustaba aprovechar las tardes para tumbarme en la terraza con mis libros de alemán y mis tareas. Las puestas de sol eran impresionantes y los colores que se formaban en el cielo parecían la creación de algún autor inspirado por la belleza y el poder de la naturaleza. Después de todo no me parecía tan horrible el sitio donde me encontraba. A pesar de la suciedad, la casa empezaba a tener para mi cierto encanto y mis compañeros de piso se convirtieron en poco tiempo en personas de mi confianza con los cuales poder compartir cualquier actividad.

Mi habitación era la segunda más pequeña de las cuatro. En escasez de espacio sólo me ganaba la habitación de Antonia, la cual vivía dentro de nueve metros cuadrados poco menos que emparedada, pero que pasaba la mayoría de su tiempo en la contigua, con Marius, su pareja. Me resultó bastante divertido amueblar mi vacía habitación. No me tenía que preocupar de comprar muchos muebles, puesto que no habría donde meterlos, pero sí de hacerme con una mesita de noche y unas estanterías decentes donde poder organizar mis cosas. Marius y Antonia se ofrecieron voluntarios para acompañarme al IKEA a bordo de mi aparentemente pequeño Ibiza, que más tarde nos iba a sorprender por su habilidad para convertirse en un verdadero camión de carga.

Antonia y Marius se percataban de mis dificultades a la hora de entablar conversaciones largas, pero a la vez me felicitaban cuando lo merecía por mis avances con el idioma. Esa mañana fue para mí algo más que la simple compra de los muebles para mi cuarto. Simbolizaba la primera actividad que realizaba yo sólo, con alemanes y sin diccionario. Fue además de alguna manera una actividad que nos unió a los tres y formalizó nuestra amistad. Sirvió de punto de partida de un sentimiento más grande y extraño, casi familiar con Antonia y con Marius. A mediodía y con los muebles aún por cargar, decidimos sentarnos a comer en la terraza de la tienda y comer perritos calientes con unos refrescos y helados. Marius intentaba explicarme cada pequeño detalle de lo que veíamos, que pudiese ser nuevo para mí, y Antonia se limitaba a mirarme y sonreír. Sentía que de verdad estaba contenta de haberme elegido como compañero, a pesar de que por el momento no hubiésemos compartido muchas conversaciones, pero la manera de mirarme y mostrarme siempre su sonrisa, me lo decía todo. Sentía que ambos querían darme todas las herramientas necesarias para salir airoso de todos los escenarios posibles en las relaciones con los alemanes, y por mi cabeza sólo pasaba la idea de poder agradecérselo.

Metimos las cosas en el coche, no sin esfuerzo, y con la sorpresa de que el Ibiza era transformable como un gran juego de Playmobil y nos pusimos rumbo a casa. Entre el asiento del copiloto y el mío tenía colocadas las paredes de una estantería que no me dejaba ver a Antonia, ni mucho menos el espejo retrovisor derecho de mi coche. Por detrás la visión tampoco era muy alentadora. El brillo de un espejo de un metro y medio de alto reflejaba la coronilla de mi cabeza, con lo que la vista de lo que venía detrás nuestra solo era posible con mi espejo izquierdo del piloto. Sin la visibilidad necesaria, la comunicación entre nosotros se reducía al sonido de nuestras voces, y desde atrás recibía continuamente el mensaje de Marius que me decía: "Javi, Fahr bitte vorsichtig!" (Conduce con cuidado!)

Mayo fue, además del mes en  que me conocí mejor a la que iba a ser mi "familia" en Alemania, el momento en el que me di cuenta que el dinero empezaba a escasearme. Las reservas que traje de España empezaban a agotarse, y ya era hora de ponerse manos a la obra para buscar un trabajo. Al día siguiente de terminar el curso en el instituto Goethe me puse a buscar un empleo que me facilitase pagar el alquiler de mi habitación y en general mi manutención.

Decidí darme de alta en el servicio de empleo del estado y en las agencias de trabajo temporal, pero no me dio tiempo a recibir ninguno de los servicios que me ofertaban. En pocas horas decidí hacer mi primera llamada. El anuncio en el periódico decía lo siguiente: "Se busca persona encargada de pan y café en la Cafetería Aus Zeit de la calle Wihlemstrasse. Razón: Sr. Lando"  Pensé que podría ser buena idea comenzar en una cafetería, por el contacto con el público y su consiguiente práctica del alemán, y porque el nivel de dificultad no parecía entrañar un imposible a pesar de las evidentes barreras. Conseguí que el encargado de la tienda, el señor Lando, organizase un encuentro conmigo para hablarme acerca del trabajo y de mis posibles funciones en la cafetería. Las condiciones del trabajo parecían buenas en un principio, el salario era más que suficiente para pagar mi alquiler y permitirme ahorrar el suficiente dinero como para vivir holgado. El horario era extenso, pero aceptable. No hizo falta mucho más tiempo para pensar cuando estábamos estrechando las manos y acordando cuál sería mi primer día de trabajo.

Ese día salí de la cafetería eufórico y con muchas ganas de llegar a casa y explicarle todo a mis compañeros de piso. Antonia tenía clases en la Universidad aquel día, y Marius se encontraba en el centro donde realizaba las prácticas dando clase a jóvenes acerca de leyes morales y religión. Por ello, cuando llegué a casa nadie me estaba esperando, y tuve que contener mi euforia conmigo, yo solo, y decidí tumbarme en la terraza con una cerveza y disfrutar del sol mientras llegaban mis compañeros. La primera en hacerlo fue Antonia. La expresión de su cara indicaba el cansancio propio de un día con la agenda hasta arriba, y desde el momento en el que me dirigió la primera mirada, supo que me habían cogido.

- ¡Lo sabía! Enhorabuena, ¡es increíble! ¡Esto hay que celebrarlo! ¿Te das cuenta de que ya has conseguido un trabajo en Alemania?

- Gracias Toni, ven conmigo, abre una cerveza y siéntate conmigo a esperar a que venga Marius. ¿Qué sabes de Hannes?

- Nada... hace mucho que no le vemos. Creo que había salido con su novia a Hannover.

- Nunca está en casa, es increíble. Desde que llegué he cruzado muy pocas palabras con él.

- No te preocupes, es normal. Siempre pasa lo mismo con Hannes. Él nunca está.

Nuestras cervezas estaban a la mitad cuando por el hueco de la ventana se dejaba ver el primero de los pies que Marius metía en la terraza. Para mí era siempre un motivo de alegría la llegada de Marius a casa para poder compartir nuestros quehaceres diarios y tener ese punto de vista masculino y teutón que tanta falta me hacía en Friburgo. Encontrar otro igual en el que poder confiar era para mí tan importante que mi relación con Marius se hizo muy estrecha en los primeros días de convivencia.

- No me lo digas. Déjame adivinar. ¡Te han cogido!

- Ábrete una cerveza y siéntate con nosotros, que quiero que me expliques cómo se llaman cada uno de los bollos y panes que se venden por estas tierras!

Aquella tarde todo parecía coger el color perfecto para mis planes de futuro en Alemania. Acababa de conseguir el trabajo que me proporcionaba el sustento suficiente para aprender alemán, y tenía una vivienda sin límite de estancia y con los compañeros de piso perfectos. Simplemente todo parecía brillante.

La mañana siguiente me levanté temprano, puesto que a las 7.00 tenía que estar en mi nuevo puesto de trabajo en la cafetería. El señor Lando, encargado del local, y responsable de mi contratación, me había avisado durante nuestra entrevista que tenía que llevar un pantalón y camisa negros. Por suerte ambos los tenía, pero a pesar de todo decidí que más adelante me compraría otro juego de camisas y un par de pantalones, para tenerlos de reserva. Fui el primero en salir de casa aquella mañana. Todos dormían plácidamente en sus camas en el momento en el que abrí la puerta y echaba la vista atrás pensando, "a por el siguiente paso".

De camino a la panadería repasaba los nombres de los tres tipos de pan que había aprendido a decir la noche anterior con Marius.

- "Bretzel", "Wasserweckle", "Vollkornbrot"...

El tren me dejó lejos de la Bäckerei (cafetería panadería), por lo que tenía que andar aún unos cuantos metros hasta llegar a la puerta, cuando, detrás del cristal del establecimiento, vi de nuevo al Sr. Lando. Estaba preparando la vitrina de los panes y los bollosy a su lado se encontraba otra joven, vestida de la misma forma que yo. Entré al establecimiento saludando primero a Lando, que a continuación me presentaba a Steffy. Se trataba de una chica italiana que a primera vista dejaba ver un  alto nivel de cansancio en la cara. Seguidamente me hizo una presentación de cada una de las salas de la cafetería, y me explicó cómo y dónde sería mi comienzo en la misma. Llegamos juntos a una habitación pequeña llena de hornos de pan y dos frigoríficos industriales. "Aquí es donde vas a empezar a trabajar", dijo el Sr. Lando señalándome principalmente ambos hornos. "Al principio te encargarás de meter y sacar los panes y bollos de los hornos, y del cuidado de la cocina, así como de la preparación de los productos". Me comentó que más adelante comenzaría a salir a la barra a atender a las personas que llegaban a la cafetería, lo cual me parecía mucho más útil para mejorar mi nivel de alemán, que pasarme los días metido en los hornos de aquel establecimiento.

Me puse manos a la obra con la ayuda de las indicaciones del panadero que se encontraba en la habitación contigua a la cocina, encargado de amasar, dar forma y hacer los pasteles y las tartas. Me enseñó todo lo que tenía que saber sobre los hornos, las temperaturas que cada pan necesita, y los tiempos que han de pasar dentro de los mismos. Tenía firmada en el contrato una pausa de 30 minutos al día, para comer algo y descansar alrededor de las 12 de la mañana, y así lo hice. Me senté en dos de los escalones que daban acceso al almacén de las masas con un bocadillo y una botella de agua y me di cuenta de que estaba destrozado. Sólo habían pasado cuatro horas de trabajo, pero meter y sacar los panes de los hornos y preparar a la vez la cocina y los productos de diferentes clases, me había dejado para el arrastre. La temperatura dentro de aquel cuarto podría alcanzar fácilmente los 40 grados y la camisa y pantalón negros pegados al cuerpo por el sudor, no ayudaban en absoluto. En aquel momento sólo pensaba, "te terminarás acostumbrando".

El día terminaba y no me dio tiempo a salir en ninguna ocasión a atender a ningún cliente. El establecimiento cerraba a las 19 horas, y ya eran las 19.30 cuando aún estaba limpiando el suelo de la cocina y recogiendo para poder salir. Justo en ese momento se acercaba el Sr. Lando, que con una voz amigable me decía:

- "La cocina tiene que estar terminada a las 18.00h, para que a las 19.0h en punto podamos estar saliendo de aquí".

El Sr.Lando era un hombre de aspecto amable y entrado en los 40. Procedente de Macedonia, siempre había sido un trabajador de la hostelería, y conocía bien sus ritmos, sus facilidades y sus dificultades. Por suerte también conocía las dificultades que entraña para alguien que acaba de comenzar y no tiene ni idea de cómo funcionan las cosas. Por ello, siempre que había que explicarme alguna de las tareas o aclarar ciertos conceptos del local, le gustaba hacerse cargo personalmente de ello, y solía tener mucho tacto a la hora de comunicarme cuando las cosas no iban bien.

- ¿Puedo ver tus manos? - Me preguntó en la puerta mientras salíamos del lugar.

Levanté primero la derecha y con la palma hacia arriba se dejaban ver dos cortes en los dedos y una quemadura que me había hecho horas antes en el gran horno de la cocina. En ambas manos tenía cortes de los palés de los panes y las cajas de plástico y madera. Antes de dirigirme a la puerta había pasado por el lavabo para lavarme ambas manos, pero aún se notaba en la parte superior de ambas palmas el color negro de los fuegos y el rojo de los dedos.

- "Espero que hayas aprendido que con los hornos hay que andar con cuidado, pero no hay que dormirse. Nuestros clientes no quieren esperar a que terminemos de sacar la siguiente hornada y por ello tenemos que ser rápidos. Pero la rapidez no implica que andemos con poco cuidado."  "Mañana saldrás a la barra un par de horas, prepara tu alemán esta noche".

Aquella noche me dormí nada más tocar la cama. Después de explicarles a mis compañeros de piso cómo había ido el día, me senté delante del ordenador e hice lo propio con mis padres en Madrid. A pesar del cansancio, me sentía contento, y con mucha ilusión de trabajar y seguir aprendiendo. Estaba convencido, aquel sería el trabajo que me ayudaría, con el alquiler y con el idioma. Aquel trabajo era el camino. El buen camino.

A las 5 y media de la mañana del día siguiente me encontraba ya en la ducha y sentía más que en ningún otro momento las heridas de mis manos. El roce del jabón y el agua caliente sobre las mismas, provocaba un escozor que me recordaba que hoy tenía que tener de alguna manera más cuidado con las cajas y los palés. Repasaba de nuevo todos los nombres de los panes en mi cabeza, pensando que hoy si tendría que salir al mostrador y defenderme con el idioma.

- "Javi, ¿te queda mucho?". - La voz de Antonia se oía desde el otro lado de la puerta. Tenía que darme prisa puesto que a las 7 tenía que estar listo en la cafetería de nuevo, y no podía perder mucho más tiempo debajo de la ducha. Llené mis manos de crema que me aliviaron el escozor y tomé un pequeño desayuno antes de ponerme en marcha.

- Buenos días Lando! Buenos días Steffy!

- Buenos días Yafrierr! ¿Has descansado? (La manera en la que pronunciaban mi nombre era algo a lo que tenía que acostumbrarme) Hoy hay que volver a meter ritmo, tenemos que hacernos cuanto antes con los tiempos.

- Hecho! Dame un minuto y estoy dentro de nuevo!

Comencé de nuevo a realizar las mismas tareas que había hecho el día anterior. De vez en cuando entraba Steffy en la cocina y me daba algunas órdenes que tenía que realizar en pocos minutos, puesto que los clientes en el mostrador esperaban impacientes. Se trataba de completar algunos pedidos especiales o terminar de hornear panes que quedaban escasos en las vitrinas, y desde el primer momento me exigía una rapidez que yo era incapaz de darle debido a mi inexperiencia. De todos es sabido que llegar a un trabajo nuevo y hacerte con el ritmo o automatizar las tareas suele llevar un período de tiempo. Depende de si el trabajo exige más o menos cambios, pero en general suele llevar unos dos o tres meses hacerte con todo, o eso había aprendido de mi experiencia laboral. Es por esto, que el hecho de que Steffy me presionara tanto desde el primer día, no me estaba ayudando en nada.

Pasado el mediodía, mientras me encontraba de nuevo en las escaleras del almacén comiendo un bocata en mi pausa, se acercó el Sr.Lando y me dijo que en quince minutos estuviese listo, que iba a salir a atender a los clientes. Terminé de comer mi bocadillo a toda prisa y bebí dos tragos más de agua antes de lavarme las manos y la cara y salir al mostrador para atender a mi primer cliente. Entró por la puerta un hombre mayor, con aspecto de alemán del sur y saludó con un "Servus" (la expresión utilizada en Baden - Wuttenberg para saludar de manera informal) que casi me resultó imposible de entender. Su acento era demasiado fuerte y el alemán que hablaba no me resultó nada claro desde la primera palabra.

- "I hett´gern en Buddrbretzl bidde! "

No fui capaz de entender nada de aquella frase. La rapidez con la que la expresó y su fuerte dialecto "Badisch" me impidieron entender ni una sola palabra.

- Entschuldigung, könnten Sie es bitte langsamer wiederholen? (Disculpe, ¿podría repetírmelo más despacio?) Le pedí al hombre que me miró con cara de no saber por qué habría de repetírmelo.

- Ja, .. I hab gsagt dass ich hett gern en Buddrbretzl bidde!

El segundo intento no hizo más que corroborar que no me enteraba de nada. Estaba acostumbrado a oír el alemán de mis profesores en el Goethe, claro y con una velocidad mucho más lenta de la habitual, y al de mis compañeros de piso que también era de velocidad reducida cuando se dirigían a mí, pero el de aquel hombre era un alemán que parecía venir de otro planeta. ¿Será este el alemán que se habla en la calle?

Al ver mis dificultades con el cliente, el Sr. Lando decidió intervenir en la conversación. Saludando al cliente por su nombre puesto que era un cliente habitual, le dio un Bretzel con mantequilla, lo cual estaba intentando pedirme, y me disculpó por la falta de entendimiento explicando que era español y que había empezado a trabajar en la panadería hacía pocos días. El hombre, lejos de sentirse aliviado por la disculpa del Sr. Lando, mostró una cara de enfado y salió por la puerta sin decir una palabra. De esta forma el Sr. Lando me permitía salir a la vitrina de manera muy esporádica. Mi puesto a sus ojos era dentro del horno, y el tiempo máximo que pasaba al día fuera de ellos eran las dos horas que sumaban mi pausa y la hora y media que me dejaba pasar en las vitrinas en total.

Pasadas dos semanas, el ritmo de trabajo se había intensificado todavía más. Las manos me ardían y al llegar a casa me pasaba 15 minutos en el baño con ellas debajo del agua para que se calmasen todas las heridas que había ido coleccionando durante los días de más ajetreo en los hornos. Comenzaba a no estar contento con mi trabajo y ello se veía reflejado en el día a día en casa y con mis compañeros. Habíamos dejado de hacer actividades juntos por mi falta de tiempo y de ganas para salir a hacer algo. Marius no paraba de repetirme, "Javi, creo que estás trabajando demasiado, deberías preguntar si es normal hacer 10 horas todos los días con tan pocas pausas", y terminaba sus frases con un: " Hace tiempo que no salimos a dar una vuelta los cuatro, te estamos echando en falta". Las horas extra que estaba haciendo en la panadería no me dejaban tiempo para estar con ellos, ni tampoco para estudiar el alemán que tanta falta me hacía. Steffy iba siendo cada vez más una pesadilla, y las horas que tenía que pasar junto a ella en el trabajo para mi eran un infierno.

Una mañana, al despertarme y salir de mi habitación, me encontré un Post it pegado en la parte exterior de mi puerta. Era de Antonia y decía lo siguiente: "Esta tarde me pasaré con unas amigas a verte a la cafetería." ¿Antonia iba a venir a la cafetería? ¿A qué hora llegarían? ¿Por qué tenía interés Antonia en ir a verme al trabajo? Y lo más importante… ¿permitiría el Sr. Lando que pasase la tarde en la vitrina y atendiendo a las mesas del Café?

A las 5 de la tarde me encontraba atendiendo una de las mesas del Café, cuando de lejos vi llegar a Antonia con dos amigas de la Universidad. Había explicado aquella mañana al Sr.Lando la importancia de poder estar atendiendo en mesas esa tarde y Steffy hizo mis labores en el horno, mientras yo atendía fuera. No fue una tarea fácil desde el primer momento, puesto que las personas que llegaban a la cafetería no tenían muchas ganas de repetir tres veces lo que pedían, ni de recibir por equivocación un pedido que no era el que habían realizado, pero he de decir que alguna vez aquella tarde pasó. Antonia me sonrió y me presentó a sus dos amigas al llegar a la terraza de la cafetería. Tina y Jassmine la acompañaban esa tarde, y venían dispuestas  poco menos que a examinarme de arriba a abajo en mi trabajo. Nervioso pero lleno de ilusión senté a las tres amigas en una de las mesas que estaba libre en la terraza y les tomé nota de lo que iban a tomar. Aproveché para conocerlas más en detalle y para terminar de presentarme, a medida que pasaba con los cafés por su mesa y cuando había menos movimiento en terraza y barra. Todo iba bien hasta que, de repente, un grito salió desde la sala de hornos y pronunciaba mi nombre.

- Yafier! (Javier) He terminado con la limpieza de la cocina y la he dejado lista para el día siguiente. Ahora te toca a ti terminar con el horno y los servicios.

Se trataba de Steffy. Al igual que todos los días, de su boca no salía un "por favor", un "gracias" o una expresión ligeramente amable. Ella se dedicaba simplemente a dar órdenes y a intentar ser la persona menos amable de la faz de la tierra. Al entrar en los hornos y ver que había trabajo para el resto de la tarde, salí para despedirme de mi visita y volví al trabajo. Cuando llegaron las 19 horas, ya había terminado con los hornos y los servicios y Steffy estaba haciendo el suelo de las vitrinas. Me despedí de ella con un "Hasta mañana" cuando sin dejarme un segundo para darme la vuelta gritó:

- "¿A dónde te crees que vas?, ¿no has visto que aún no está todo terminado?. Coge esa escoba y termina el suelo de la terraza.

Al ver que las 7 pasaban y que aún me encontraba en el trabajo comencé a pensar en el día que había salido puntual del mismo. Nunca en las casi tres semanas que llevaba allí había sido puntual en mi horario de salida, por el contrario siempre tenía que permanecer por lo menos una hora más de la establecida en mi contrato, (aún de palabra, ni siquiera escrito). Por fin terminé con la terraza y llegadas las 7 y media me despedí de nuevo de Steffy. Todavía se encontraba haciendo la caja cuando por último me recriminó que tardase siempre tanto con la cocina, y me expresaba que no entendía cómo podía ser que fuese tan lento. Dentro de mí notaba que mi corazón se aceleraba y que tenía que salir de allí lo antes posible para no cometer ninguna locura. Tenía ganas de estallar y expresarla lo que me parecía su persona, sin ambición en la vida y con una amargura que rompía con lo que había conocido hasta ahora. Aquella tarde me di cuenta de que estaba muy cansado y que esto no podía seguir así. Sin contrato y con muchísimas horas extra encima, cargaba con demasiada impotencia y ansiedad dentro de mi cabeza.

Patricia, una de mis amigas españolas que había conocido en los primeros meses del Goethe Institut, me había escrito un mensaje al móvil preguntándome si esa noche me apetecía salir a tomar algo y desconectar del trabajo. Al leer el mensaje todavía sentí más impotencia y pensé que no podría terminar de conducir el camino de vuelta a casa. Estaba de los nervios, me temblaban las manos y solo tenía ganas de soltar toda la rabia que tenía dentro de mi cuerpo. Decidí parar en una esquina para tranquilizarme y seguir más adelante con el camino. En mi parada aproveché para respirar hondo y contestar el mensaje de Patricia, en el que sólo pude escribir: " No puedo más, se acabó. Café aus Zeit... hijos de puta"

Al llegar a casa aún no estaba convencido de que tenía que dejarlo, y para tranquilizarme decidí llamar a mis padres en Madrid. Estaban cansados de que no se llegase a formalizar en ningún momento mi contrato y por su parte la mejor opción era dejar aquello que a sus ojos "no era ningún trabajo". A pesar de que no estaba demasiado convencido, sus palabras me ayudaron a comprender que tenían razón. No podía seguir así y esa misma noche fui al pueblo donde vivía el Sr. Lando. Sabía el nombre del pueblo puesto que habíamos hablado días antes de dónde vivía y de cómo llegaba cada día al trabajo. Ya allí, llamé a su móvil y le expliqué que estaba en su terreno, que había viajado hasta allí y que quería que bajase a hablar conmigo. Le expliqué que era algo muy importante, y le hice ver la necesidad de hacerlo. Finalmente bajó y nos sentamos en una terraza que aún quedaba abierta en la calle principal.

- ¿Por qué has viajado hasta aquí? ¿Qué es tan importante que me tengas que decir, que no pueda esperar hasta mañana? - Preguntaba el Sr. Lando, deseando que terminásemos para poder volver a su casa y meterse lo antes posible en su cama.

- Por eso precisamente he venido Lando. Ya no hay mañana. Se acabó, no cuentes conmigo. A partir de esta tarde, renuncio. -  Contesté con una expresión que dejase claro que no había vuelta atrás.

- Pero, ¿qué dices? ¿Qué ha pasado? ¿Renuncias después de tres semanas con nosotros? - Lando no sabía qué decir en aquel momento.

- Es increíble que todavía puedas hacerte esa pregunta. Estoy cansado de hacer horas extras que no se ven recompensadas por ninguna parte, de ser el último en todo y de no tener vuestro respeto. No tengo contrato a pesar de que lo he perseguido durante mis tres semanas, y además,.. Es imposible trabajar con esa italiana. - Le dije intentando contestar a sus preguntas.

- Sé que tiene carácter y que es difícil de tratar, pero te acabarás acostumbrando. El contrato llegará, eso seguro, y poco a poco verás cómo mejoran las cosas. - Contestó el Sr. Lando, intentando hacerme ver que podía cambiar mi situación.

- No hay vuelta atrás, se acabó. A partir de ahora vas a tener que buscar otro pelele al que le digas tus mentiras, y le pongas a trabajar sin contrato con millones de horas extras. Aunque de verdad, no sé si alguien lo va a aguantar, puesto que el problema principal lo tienes en tu equipo. Esta maldita italiana que tienes contratada es el diablo vestido de camarera. No pienso pasar por allí ni para despedirme de ella, ha conseguido amargar tres semanas de mi vida, pero no lo va a hacer más. Desde hoy, te vas a comer tú a tu zorra.

El Sr.Lando no supo qué decir. En el fondo sabía que tenía razón, y lo único que pudo expresar fue su intención de pagarme algún finiquito que de alguna manera compensase las tres semanas que había estado trabajando allí. Le dije que al día siguiente me pasaría a una hora en la que ella no estuviese, recogería mis propinas y mi finiquito y desaparecería para siempre.

Aquella noche me costó dormirme varias horas. No paré de dar vueltas en la cama y en la cabeza la idea de Alemania y mi sueño de conseguir abrirme hueco en esa tierra era puesta en duda por primera vez. Por primera vez no sabía si lo que estaba haciendo era una buena idea,... Por primera vez pensé que quizás, estaba equivocándome por completo. Quizás haber viajado hasta aquí y haber hecho una inversión tan grande no había sido más que un tremendo error que tenía una vuelta atrás muy clara, y quizás había llegado el momento de decir adiós.

Y por un momento, pensé en hacerlo.

Sólo por un momento.

Hasta que decidí cerrar los ojos, apretar los dientes, y dormir.