Es una tormenta

"Más vale quedarse aquí y esperar, a lo mejor se calma la tormenta y se despeja el cielo, y entonces podremos encontrar el camino por las estrellas." - Aleksandr Pushkin, Poeta ruso. (1799/1837)

Son las 7.00 de la mañana y ya estoy despierto. Agitado, nervioso, inquieto, doy vueltas en la cama esperando que llegue el momento. Tengo ganas de que mis padres conozcan todo esto. Quiero que vean que he dado el primer paso, que he podido, que he sabido llegar y que he mantenido la compostura hasta el momento. Ellos llegan a las 12.

No puedo dejar de fijarme en sus caras, en sus expresiones y en todos los detalles. Lo que veo es mucha espectación, a la vez que tranquilidad de saber que sí, que lo que hablamos por teléfono es verdad, que estoy bien. Todos los días desde que salí de Madrid, hemos intentado mantener la comunicación regular para quedarnos ambas partes tranquilas, y saber que todo va bien.

Aún no lo saben. Aún no tienen ni idea.

Esa misma mañana vamos a su casa, la que tengo preparada para que pasen unas vacaciones de verano de la mejor manera posible. Para llegar hasta allí hay que atravesar la carretera de la Selva, que cruza de norte a sur la inmensidad del bosque y los pequeños pueblos madereros de la zona. Cada pequeña aldea se especializa en un objeto simbólico, que posteriormente comercializa a las ciudades más grandes que se encuentran a las afueras de la selva. El primer pueblo que atravesamos, por ejemplo, se encarga de producir lámparas, de cristal y madera de la propia selva negra. En el siguiente se producen velas, de todo tipo y con diferentes ceras, y así sucesivamente.

Selva negra, camino de Rötembach.

A medida que avanzamos el camino, voy contando cada detalle de aquella noche de mediados de Marzo. Hacía mucho frío, había mucho viento y pasabamos una de las tormentas de nieve típicas de aquellas montañas. Yo, desesperado por no encontrar un alojamiento definitivo, subía por ese mismo camino acompañado de Caroline, mi amiga suiza del instituto y Frank, nuestro contácto y dueño de aquella casa de montaña. La oscuridad de aquella noche, acompañada del frío y la nieve, no me dejaron pensar bien en todo lo que estaba pasando.

Lago Titisee, camino de Rötembach congelado.

Carretera de la selva a su paso por Hirschprüng. Imágen de aquella tarde - noche de invierno.

Era la primera vez que me adentraba en la selva, y a pesar de la noche cerrada y la tormenta, me resultaba extensa, clara y brillante. Al llegar a la casa, Frank me explica todo lo que hay que tener en cuenta del mantenimiento, del sistema de basuras, y del contrato de alquiler, pero mi cabeza está aún en ese camino, en esa pequeña carretera llena de bosque y árboles alrededor. Y por aquel entonces, llena de nieve.

- Ahí está, esa es la casa. Hemos llegado.

Meses atrás había tenido que moverme a aquel lugar lejos de la ciudad que concretamente se encuentra a 40 kilometros de Friburgo, donde yo tenía todo por hacer aún.

Casa en Rötembach.

El emplazamiento es un pequeño condado de casas, en medio de un prado ancho rodeado de árboles altísimos, llamado Rötembach. La nuestra se encuentra a las afueras  y queda separada de las demás por una pequeña calle que baja hasta el centro del pueblo. ¿Cuànta gente podrá vivir aquí?

Después de que mis padres se instalasen y pasasemos el día conociendo los alrededores, nos alcanza la noche y tomo mi coche camino de vuelta a Friburgo por aquella carretera, con la cual estaba ya completamente familiarizado. Lo que no me imaginaba en aquella noche de verano, es que el azar y el destino habían preparado para mi vuelta una fuerte tormenta. Como aquella vez. Como la primera vez. Como cuando subí aquella noche de invierno, sin saber qué destino me esperaba unos meses después.

En definitiva, me esperaba mi tormenta.